“Si distorsionamos el Evangelio, esa distorsión influenciará y afectará todo el resto de lo que creemos en la fe cristiana .”

EL EVANGELIO

…Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.” (Gál. 1:9)

Después de un tiempo de oración, comunión y espera delante de nuestro Señor Jesucristo, para nosotros es una alegría hacer el relanza­miento de nuestra revista Tesoros Cristianos, con un tema tan trascendental como el Evangelio.

Lamentablemente, pocas cosas han sido tan descuida­das en nuestros días como éste; tal irresponsabilidad ha producido un cristianismo débil, estéril y, en mu­chos casos, falso y apóstata. Bien lo advertía el apóstol Pablo diciendo: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente.” (Gál. 1:6). Cuando la Igle­sia se aparta del Evangelio para seguir otras enseñan­zas, la Iglesia no sólo se está apartando del Evangelio, sino que se está apartando de Aquél que nos llamó por la gracia en Cristo. Apartarnos del Evangelio es apar­tarnos de Dios; olvidarnos del Evangelio es olvidarnos de Dios; perder el Evangelio es perder a Dios y, por ende, perder a Cristo. Tal vez no exista mayor tenta­ción que ésta.

Cuando la Igle­sia se aparta del Evangelio para seguir otras enseñan­zas, la Iglesia no sólo se está apartando del Evangelio, sino que se está apartando de Aquél que nos llamó por la gracia en Cristo.

La Iglesia, que ha sido llamada para ser heredera de una salvación tan grande, puede pasar de un estado de bendición y gloria, a un estado de juicio y decadencia si ella descuida y tolera un falso mensaje. La Escritura advierte: “…Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.” (Gál. 1:9). Ser anatema es ser maldecido por Dios, es ser desechado por Él y destinado a un juicio sin misericor­dia.

Esta solemne advertencia nos lleva a quitarnos el calzado y considerar el Evangelio tierra santa. Dios maldecirá, juzgará y destruirá a aquellos que se atrevan a pervertir Su Evangelio. No hay perdón, ni misericordia para aquellos que asuman tal osadía diabólica.

¡Y qué decir de la necesidad del mundo, cuando la Iglesia pierde su visión y propósito! Es como la sal que pierde su sa­bor, y no sirve más para nada (Mat. 5:13). Sólo el santo Evan­gelio de Dios puede traer salvación a los hombres muertos en delitos y pecados. Si la Iglesia pierde el Evangelio, o peor aún, lo pervierte, será culpable ante Dios por la negligencia ante la divina comisión de “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Mar. 16:15). Por esto, para noso­tros es un gran desafío y una santa responsabilidad volver a la esencia del mensaje del Evangelio. Dios bendiga las páginas de esta revista y a todos aquellos que, en Su divina providen­cia, han de leerlas.

Ama a Dios y a tu prójimo

a couple of men standing in a body of water
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person reading book while kneeling
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“¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas
veces y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos,
pero los tuyos comen y beben?.” (Luc 5:33)

Hay preguntas que providencialmente son permitidas por Dios, y estas preguntas son llaves, llaves que abren puertas, las cuales nos introducen a las rique­zas de nuestra fe. Cuánta riqueza y sabiduría hay en nuestro Señor, cuánta luz y verdad destilan por sus labios. A simple vista la pregunta anterior parece una provocación, con aires de confrontación y con una gran carga malintencionada de cuestionamientos. Sean las que hayan sido las intenciones de los fariseos, esto se tornó en una clara oportunidad para que el Señor Jesús expresara una verdad de peso en oro, una ver­dad sumamente esclarecedora.

Si nosotros entendiéramos esto y las palabras de Jesús: “Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan” (Luc. 5:38)

seríamos transformados totalmen­te por el deber que hemos recibido. La Iglesia, como odre nuevo, tiene la responsabilidad de contener y de conservar el Evangelio de Cristo en su gloria y pureza. Este Evangelio, con su poder y fermento, iba a llevar al odre a crecer desde “…Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tie­rra” (Hch 1:8); un odre compuesto por millares de hombres y mujeres de toda tribu, lengua y nación, fruto del poder del Evangelio.

Pero ahora la Iglesia, después de ser deudora del Evange­lio y fruto de él, ella es llamada a ser columna y baluarte de la verdad (1Ti. 3:15).

Jesús dijo, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).